El otro día hablaba con una querida familiar, que trabaja de
funcionaria como administrativa desde hace más de treinta años, y tiene todos
los lujitos del buen funcionario de antaño; trienios, quinquenios, vacaciones,
pagas extras y días de uso personal.
Ella, ni corta ni perezosa, se quejaba de los recortes de su
sueldo (que ya son más del 5%), del fin de la paga de Navidad y de la situación
actual de la administración pública. No le voy a quitar la razón, tiene que ser
una putada que te recorten 100 o 200 euros por mes, te quiten una paga así por
así y veas como a compañeros tuyos que no opositaron no les renuevan sus
contratos laborales.
Tiene que ser también jodido que, por ser funcionario, parte
de la sociedad te tache de vago desde tiempo inmemoriales (debo decir que en el
caso de mi querida funcionaria, no es así). Y debe dar más rabia aún que tu
colectivo, el funcionariado, pague por los excesos de una panda de politicuchos
sin sentido común ni criterio.
Pero bien, hasta aquí puedo entender.
Lo que me molestó, de ella, y de alguna que otra gente en
situaciones similares, es su alarmismo, su exageración.
Ellos tienen trabajo, lo tienen asegurado y superan el
mileurismo ampliamente. Pero sueltan máximas del tipo “a partir de ahora tocará
sobrevivir”, “apretar el cinturón”, “hacer lo que se pueda”….
Me repatean consignas cuando salen de la boca equivocada. Con
el más de millón y medio de familias con todos los miembros en paro y gente
cobrando el salario mínimo interprofesional, frases así son bastante
desafortunadas.
Yo mismo, como tantos otros estudiantes, becarios y demás
licenciados…. Pasamos con menos de mil euros al mes. Y esto si tenemos la suerte
de trabajar. Y vamos que nos vamos. No nos queda otra.
Hemos aprendido a comprar barato, beber de lata, sentarnos
en bancos y compartir pisos pequeñitos con dos, tres y cuatro personas. A
cerrar el grifo y en invierno, si no hace mucho frío, apañártelas con mantas.
Mi querida familiar me dijo “Sin la paga, querido, estas
Navidades ni un regalo voy a poder dar. Haremos la Navidad como antes, todos
sentados comiendo juntos y poco más.”
Tanto victimismo me hizo reventar (y estallar de risa), y le
conté como durante años he vivido, y de hecho vivo, con 600 euros al mes. Lo
demás, si lo hay, lo ahorro para cuando vengan las vacas aún más flacas.
Mi querida funcionaria se quejó un poquito, dijo que no la
entendía.
La comprendo más que nunca, la sensación de cabreo, inseguridad,
de que nada es estable, de que se ríen en tu cara.
“Te entiendo – le dije en tono grave - Pero a mí, nadie me
quita las Navidades”.
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